Ante la comida se dejan llevar por la sinceridad y nos cuentan sus problemas más íntimos, mezclándose drama y humor en una buena combinación.
Hombres y mujeres en soledad, chicas y chicos de compañía, oficinistas, buscadores de amor, aficionados a las comidas deliciosas compartiendo encuentros accidentales...
Todos son igualmente aceptados y escuchados, y se sienten cómodos compartiendo menú: desde el ama de un club de sadomasoquismo a su cliente.
A través de los encuentros en torno a la comida que todos paladean se conoce mejor la sociedad japonesa, a mucha gente de la noche que son ante todo personas corrientes con sus deseos y frustraciones. Que a veces buscan amistad, ser escuchada o que se le de el pequeño capricho de tomar unas salchichas de pescado o se le cocinen unas setas o un plato de cerdo con cebolla con un corte particular.
Personajes que a pesar de sus extrañas dedicaciones o aficiones culinarias nos resultan muy creíbles, y conocerlos resulta entrañable y divertido. Con el cuarto volumen llegamos a los ciento trece capítulos, y a pesar de todo continúan resultando auténticas. Siguen aparenciendo nuevas comidas que los clientes piden porque les recuerdan un episodio de la infancia o un amor. Y todos los que van llegando son siempre acogidos y comprendidos, enseñándonos a tomar la vida con empatía y humor.
Hasta el propio dibujante se permite en último volumen un par de apariciones para quejarse de lo que le cuesta dibujar algún plato de arroz o ser regañado.
El encanto de las historias ha hecho que también sea un éxito la serie en Netflix, ya con dos temporadas de Midnight Diner: Tokyo stories.
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